Pedro Pastor, los del 94 y su vida plena.


Pedro Pastor tiene 20 años y las cosas sorprendentemente claras. O parece tenerlas.

Descubrí su música porque escribió un comentario a algo que publiqué sobre Drexler y sus aplicanciones. Fue así, en serio. Leí su comentario, me gustó lo que dijo, pinché el link de su firma, y flipé.

Flipé muchísimo. Unas semanas después Quique González lo mencionó así que supongo que estaba destinada a enamorarme de su música por un camino o por otro. Pero me gusta que pasase como pasó.

Fui a verlo en directo al Libertad 8. Flipé más. La fusión bien entendida tiene que ser natural. Es hijo de su generación y de sus padres y eso agitado y bien mezclado, da un cóctel irresistible.
Tiene 20 años y da miedo decir que puede llegar donde quiera. Porque hemos visto a otros perderse por el camino. Y no queremos verle a él malgastar su talentazo.
Los que ya no somos tan jóvenes aunque sigamos siendo tan adolescentes algunas veces, necesitamos gente como él. Con los ojos brillantes de ilusión y el descaro de creerse capaz de todo.
El viernes por la mañana puso en yutuf su primer disco. Entero. Gratis. Le di al play con mi típico pánico a mis propias expectativas imposibles de cumplir.
Pero claro, pasó lo de siempre con él. Le di al play y flipé. Aluciné. En la primera canción me cambió el humor, en la segunda el ritmo, en la tercera me puso a sonreír. Me recordó que en 2006 y 2007 la voz de Paco Cifuentes y su manera de necesitar decirlo todo me ponían del revés.
La cuarta canción me hizo llorar de felicidad. Los del 94 me parece una canción preciosa. Inocentemente consciente. No sé cómo explicarlo. No es la típica canción que uno escucha con esa sonrisa de suficiencia de «cómo se nota lo joven que es». Es más bien lo contrario. Te recuerda que hay cosas que no se te pueden olvidar al cumplir años. Que hay cosas que tienes que seguir aprendiendo al cumplir años. La ilusión, la ternura. La generosidad. Esa dulzura que no tiene miedo de mostrarse. La fuerza bruta de seguir caminando enseñando todas las cartas.
Me hace llorar de felicidad y hay muy pocas canciones que provoquen una reacción física incontrolada en mi. Las otras que recuerdo me hacen llorar de pena.
Es mucho más difícil fabricar felicidad en los otros, me parece a mi. Y puede que más necesario. Ese calor nutritivo está muy caro en los tiempos que corren.
En la quinta canción, «La vida plena» aparece el gusto exquisito de Quique González y su armónica que parece hablarte al oído y contarte esos secretos que no se pueden gritar pero que no se deben callar tampoco.
Fue justo con La vida plena con la que Pedro y la banda empezaron el concierto de presentación del viernes por la noche en una Sala Galileo llena como los días grandes.
A los teclados una chica. Solo una pero una. Los del 94 a lo mejor empiezan a contar con chicas en sus bandas, quién sabe. Chicas que no son sus novias.
Fue emocionante verle ahí arriba, después del último estirón. Desgarbado y flaquísimo. Reluciendo de nervios y felicidad. La madre que lo parió mirándolo de muy cerca y tranquilizándolo como por arte de magia, la voz del padre que hace muchos años mi hermana y yo descubrimos estremecedora cuando cantaba en aquel concierto de Javier Álvarez. Cifuentes perfecto. Suso Sudón que me gusta infinitamente más que su hermano. Las nuevas generaciones vienen empujando con ese descaro mucho menos impostado y a mi me pone la falta de artificio o la capacidad de reírse del propio artificio.
No estaba Rozalén (de gira exitosísima) cantando ese «Prometí volver» que era mi canción favorita de Pedro hasta que llegaron todas las demás de este disco.
No sé qué parte del mérito de que todo suene tan bonito y con tanto sentido es del productor, qué parte del talento innato del artista. Qué parte de la suerte o de mi incapacidad para los juicios mesurados.
Pero creo que es un disco que todos deberíamos comprar.Tener. Disfrutar.
Igual que deberíamos ir a sus conciertos. Abarrotar las salas para que pueda girar con su banda entera por todas partes. Recordándonos con sus canciones que podemos mejorar nuestra vida y la de los demás. No dejando que se nos olvide que hay que seguir luchando como si no llevásemos tanto tiempo perdiendo casi todas las rondas.
Porque a veces ganamos. A veces todo encaja y hay una canción que te hace llorar de felicidad o despertar del tedio. Algunas veces los eternos perdedores llegamos a alguna parte. Y tenemos que celebrar esas veces con toda nuestra alma, necesitamos esa energía para no rendirnos.
Ese descaro de las generaciones que heredaron algunos de los logros y nos cogen el relevo y nos inyectan esa fuerza para seguir.
Necesitamos que a los del 94 les vaya bien. Es imprescindible que triunfen con su anarquía y su música que lo ilumina todo.
Gracias por la foto horizontal (qué guerra damos algunas veces…)

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